Delirio Telefónico
Por Sebastián Chávez
Basado en la vida real...
Los ojos de Sergio permanecen cerrados. De improviso se abre uno de ellos, el de la izquierda, luego el otro, este no tan repentino. Al captar la vista se descubre a sí mismo en una playa, “Conozco este lugar”… piensa. Asustado observa detenidamente cada detalle de esa fría mañana. “¿Cómo llegué aquí?”. Percibe ciertas referencias que lo hacen sentir extrañamente cómodo, como por ejemplo la agradable sensación de perder la imaginación en el horizonte que se entremezclaba con el mar en un sólo gris. O apreciar como las olas reventaban suavemente sobre la arena, donde la espuma de estas mismas se envolvían con el humo que emanaba de su boca a causa del helado ambiente que allí había. No obstante, notó que todo se veía casi borroso y oía muy lejano “¿Qué está sucediendo?”. Confundido e intentando tomar conciencia descubre que su mano derecha sostenía un teléfono rojo, de esos antiguos. “¿Qué es esto?” desconcertado se queda mirando el instrumento unos segundos. De pronto, de éste suena una voz femenina que pregunta: “¡Alo! ¡Sergio! ¡Atiende el teléfono!” Con una aterrada expresión en su cara contesta paulatinamente.
- ¿Alo?
- ¡¿Sergio?!
- ¿Sí? -Éste no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo-.
- ¿No te das cuenta? -dijo la voz femenina que ya no se oía muy lejana, más bien al contrario, cada vez se sentía casi encima de él… muy cerca-.
De repente, Sergio se voltea confuso y descubre a Maria José. Maria José, protagonista de su vida, participante de sus sueños más profundos. Aquella que lloraba por sus innecesarias ausencias cada vez que la soledad se presentaba con nuevas oportunidades, y obviamente ella rechazaba… hasta hace poco.
- "Ya van quince días"…- la fría y plácida voz de María José irrumpía en el oído derecho de Sergio, quien aun procesaba aquellas directas palabras.
Luego, se oyó claramente a María José colgar el teléfono, quien sabe donde, pero seguro que desde algún lugar del mundo. Sin embargo, a Sergio no le preocupaba su dirección momentánea ni actual, es decir, ni siquiera le interesaba ya ella -o por lo menos eso era lo que se había propuesto argumentar desde hace un par de días en adelante-. Lo que realmente importaba para él eran esos condenados quince días. “¿Porqué quince días, si recién van doce?”. Parpadea un par de veces y todo se vuelve más borroso. El rostro de María José, que todavía se hallaba sobre él se desvanece lentamente. De inmediato supone cosas: “¿Acaso esto es una ilusión o qué?”. Vuelve a parpadear otra vez, María José ya no está, el teléfono en sus manos también desaparece. “¡¿Qué mierda?!”. Sergio puede notar como sus ojos abandonan la fría ribera y su cuerpo estático se queda estancado allí. El hielo comienza a penetrar en sus venas, sus ojos están idos, siente la arena en su boca, en sus oídos, en sus zapatos, en el pelo, ese tipo de arena fría, oscura. Sus ojos vuelven al planeta, a su espíritu. Despierta. Abre bien los ojos por segunda vez y repara en que todavía sigue allí, en la fría playa que lo acogió alguna vez, y que puso la figura de su irremediable amada frente a él. “¿Porqué?”. Nunca supo responderse. Se levanta sin mucha prisa, mira al cielo y nota como el iluminado sol apenas calienta la helada costera. Se sacude la arena, es mucha, al parecer resulta imposible sacarla toda. Hace su mejor intento por quitar las piedrecillas alrededor de su cuerpo y se vuelve a sentar. Saca un cigarrillo y lo enciende en sus labios. Mientras fuma al mismo tiempo reflexiona acerca de lo que había ocurrido, “Supongo que fue un puto sueño… otro más”. Sergio ya había tenido sueños raros anteriormente, ya casi nada lo sorprendía en la vida real, fuera de las alucinaciones y el efecto de las drogas, casi nada… excepto esto. Al pasar los minutos descubre algo en su interior. Respira hondo y comienza a sentir esa sensación de miedo que en ocasiones se apodera de uno, esa que casi la mayoría de las veces viene de la mano junto con la incertidumbre absoluta. Es en ese preciso instante cuando nota que algo en el fondo se menea de un lado hacia otro, flotando en la superficie, era algo rojo. Se levanta. Mira bien, el objeto se acerca. Sergio se acerca también. Vuelve a mirar con ojos desgastados y se da cuenta… “Es un teléfono rojo”. Abatido cae al suelo. El brillo del sol se queda colapsando en su casi difunto rostro… “Ya no sé que pensar”. Vuelve a cerrar los ojos otra vez.Sebastián Chávez Peña / Celz0mbie ©2006.
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Este cuento corto fue un sueño que tuvo mi buen amigo Chacho, y que compartió conmigo el invierno pasado. Me lo contó y me llamó mucho la atención, ese día llegué a la casa y lo escribí al tiro, le agregué más suspenso y quedó como guión de nanometraje surrealista. A comienzos de este año, se me vino a la cabeza un proyecto.
Se trataba de "cinematograficar" 'Delirio Telefónico' ambientando la historia nosotros mismos, teníamos todos los utensilios, sólo nos faltaba ponernos de acuerdo qué día comenzará la grabación, lo más fácil, ya que quizás tomaba todo un año el proceso de edición post recordin’, pues teníamos pensado elaborar una inmensa atmósfera en la ambientación de las escenas, utilizando un método de constantes diapositivas, millones de ellas, para que todo la cuestión quedara más bizarra de lo que por sí ya parecía. Con Chacho -quién estaría a cargo mayoritariamente de la edición y el personaje principal- esperábamos con ansias comenzar a filmar ‘Delirio Telefónico’ lo más antes posible, para terminar el proyecto antes de vacaciones de invierno.
Bueno, aquí viene lo más chistoso... Hoy, realmente es 24 de julio de 2007... y... ¡Estamos en plenas vacaciones de invierno! -----> ¡¿Y?! -----> ¿Qué creen ustedes? ... Por supuesto... todo quedó en nada... pero por lo menos mantenemos por estos días nuestra cabeza ocupada en alguna que otra cosa.
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